Como una fuente de inspiración y grandes compañeros, muchos escritores que se destacaron en la rica historia de la literatura en Argentina también han hecho fama de sus gatos.
Lejos de esa idea de narcisismo e indiferencia que falsamente se les atribuye a estos animales en algunos casos, novelistas y poetas trascendentales dentro de la cultura del país sudamericano han ubicado a los felinos como seres perceptivos, románticos y elegantes que dejaron huella tanto en sus vidas como dentro de sus obras.
Te contamos las historias de los principales escritores argentinos amantes de los gatos.
Julio Cortázar
Entre los gustos de uno de los mayores novelistas del siglo XX y autor de grandes joyas de la literatura también se encontraba su pasión por los gatos, a quienes solía destacar en sus libros, como en los casos de Bestiario (1951), Final del juego (1956), Las armas secretas (1958) y Rayuela (1963). En la vida y obra de Julio Cortázar, encontramos la presencia de dos felinos a los que quiso con locura: Adorno y Flanelle.
Al primero lo llamó así en honor a Theodor L. W. Adorno, el conocido filósofo alemán. Su vínculo se estrechó en Saignon, un pueblo francés de la pintoresca región de Provenza donde pasaba las vacaciones con su mujer. Se trataba de un animal callejero, negro y delgado que vivía en un basurero. En la colección Último round (1969), le dedicó un relato titulado “La entrada en religión de Teodoro W. Adorno”, donde inmortalizó su historia.
La segunda fue su amiga felina más consentida y una compañía de su círculo más íntimo. Solía reposar a su lado mientras trabajaba o en sus ratos libres. Cortázar contaba que le fascinaba la tersura de su pelaje al punto que lo llegó a confundir con la suavidad de una franela que, en francés, se dice —justamente— flanelle. Tal vez, el cuento más famoso de Cortázar en relación con los felinos sea “Orientación de los gatos”, de su obra Queremos tanto a Glenda (1980), en la que cuenta la historia de la relación entre Alana, el narrador, y su gato Osiris.
María Elena Walsh
María Elena Walsh es palabra mayor. Considerada una “prócer cultural y blasón de casi todas las infancias” en Argentina, también supo concebir a los gatos como figuras trascendentales al momento de componer sus obras literarias y musicales. Un gato de la luna (1996), El gatopato y la princesa Monilda (1996) y El gato que pesca (1999) integran su repertorio felino como parte de su literatura infantil, mientras que canciones como El gato confite (1966) y Chacarera de los gatos (1963) fueron grandes piezas que contribuyeron al momento de ser catapultada como una artista legendaria.
Sara Facio, fotógrafa y pareja de Walsh, con la que compartió vida durante casi cuatro décadas, recordó que María Elena “en la vida privada lo que más hacía era escuchar música y leer. Después le gustaban también las cosas de la casa, las mascotas, siempre tuvo gatos, y recibir a la tardecita, siempre a uno o dos amigos, no reuniones grandes. Lo que ella llamaba le petit comité”.
José Luis Borges
Un hecho destacado en la vida del mítico ensayista, poeta y cuentista, que parte de su carrera como escritor transcurrió como no vidente, fue la compañía de Beppo, un gato blanco que lo acompañó durante 15 años y al que dedicó fragmentos de sus obras y poemas. El nombre fue pensado en honor al escritor inglés Lord Byron, cuyo gato se llamaba de esa forma, y autor de un libro de título homónimo.
"Nadie cree que los gatos son buenos compañeros, pero lo son. Estoy solo, acostado, y de pronto siento un poderoso brinco: es Beppo, que se sienta a dormir a mi lado, y yo percibo su presencia como la de un dios que me protegiera. Siempre preferí el enigma que suponen los gatos", supo decir el autor de Ficciones (1944) y El Hacedor (1960). Además de Beppo, quizás el más famoso de sus felinos, Borges tuvo a Odín, otro gato al que bautizó en honor al dios de la mitología nórdica.
“El gato Blanco”, que se encuentra en el libro La Cifra (1981)
El gato blanco y célibe se mira
en la lúcida luna del espejo
y no puede saber que esa blancura
y esos ojos de oro que no ha visto
nunca en la casa, son su propia imagen.
¿Quién le dirá que el otro que lo observa
es apenas un sueño del espejo?
Me digo que esos gatos armoniosos,
el de cristal y el de caliente sangre,
son simulacros que concede al tiempo
un arquetipo eterno. Así lo afirma,
sombra también, Plotino en las Ennéadas.
¿De qué Adán anterior al paraíso,
de qué divinidad indescifrable
somos los hombres un espejo roto?
"A un gato", poema perteneciente a la obra El oro de los tigres (1972)
No son más silenciosos los espejos
ni más furtiva el alba aventurera;
eres, bajo la luna, esa pantera
que nos es dado divisar de lejos.
Por obra indescifrable de un decreto
divino, te buscamos vanamente;
más remoto que el Ganges y el poniente,
tuya es la soledad, tuyo el secreto.
Tu lomo condesciende a la morosa
caricia de mi mano. Has admitido,
desde esa eternidad que ya es olvido,
el amor de la mano recelosa.
En otro tiempo estás. Eres el dueño
de un ámbito cerrado como un sueño.