Originalmente encontrado en el Chicago Tribune, este poema de Beth Norman Harris refleja fielmente la relación entre un perro y su tutor.
Plegaria de un perro
"Trátame amablemente, amado dueño, porque ningún corazón en el mundo es más agradecido por la bondad que recibe que el que yo tengo."
"No rompas mi espíritu con un palo, so pena de lamer tu mano, pues tu paciencia y comprensión surtirán más efecto que los golpes de tus manos."
"Háblame a menudo, pues tu voz es la música más dulce, como demuestra el movimiento de mi rabo cuando escucho tus pasos."
"Cuando haga frío y esté húmedo el ambiente, déjame entrar, pues como animal domesticado, ya no me hago a los amargos elementos del tiempo. Y no pido mayor gloria que el privilegio de sentarme a tu regazo. Aunque no tuvieras hogar, preferiría seguirte a través del hielo y de la nieve que descansar sobre la almohada más suave de todo el país, porque tú eres mi Dios, y yo, tu devoto adorador."
"Mantén mi plato con agua fresca. Aunque jamás te lo reprocharía, no puedo decirte cuando estoy sediento. Aliméntame como es debido, para mantenerme saludable, acompañarte, jugar y hacerte caso; para caminar a tu lado, siempre listo, para protegerte con mi vida en caso de peligro."
"Y, amado maestro, si el Maestro Supremo me priva de la salud o de la vista, no me alejes de ti. Tómame amablemente en tus brazos, su bondadoso tacto me llevará al descanso eterno —y con mi último aliento te dejaré sabiendo que mi destino nunca estuvo más seguro que en tus manos—."