Lo difícil se consigue, lo imposible se intenta
Hay infinitas formas de ayudar, de tender la mano. En el Día Internacional del Voluntariado, que decretó la Asamblea General de Naciones Unidas en 1985, nos parecen especialmente pertinentes las palabras de Mara Stevenson, de Anima Canis, a quien entrevistábamos hace algunos años, poniendo énfasis en su convivencia con más de 30 perros, muchos de ellos con una salud muy delicada.
“Lo difícil se consigue, y lo imposible se intenta (…) La vida es servicio, es ayudar a los demás. Si todos nos dedicáramos a hacer esto, a tender nuestra mano a los ancianos, a la gente sin recursos, a los elefantes o a los perros, a quienes queramos, a ayudar, en definitiva el mundo sería un lugar mejor”, opinaba Mara, unas palabras que nosotros, en toda su extensión, suscribimos.
Voluntariado por los animales
No descubrimos nada nuevo afirmando que, desde luego, los animales nos necesitan. Demandan nuestra ayuda de forma, nos atreveríamos a decir, prioritaria. Y no solo por el holocausto que padecen a merced de la ganadería intensiva y a todo tipo de formas de esclavismo normalizadas y reguladas.
En la esfera teóricamente más amable, la de los perros y gatos que forman parte de nuestro entorno diario, encontramos a diario informaciones que nos hacen pellizcarnos e interrogarnos por el punto de maldad tan elevado que puede alcanzar el hombre.
Ecología y veganismo
Proliferan en nuestro país esforzados santuarios de animales de granja que convierten a sus habitantes en refugiados, en símbolos de una realidad tozuda y sangrienta que parece inquebrantable.
Ni siquiera cuando el debate sobre el cambio climático se hace más acuciante que nunca nadie parece tener la valentía suficiente como para poner el foco en la clave, la carne. Comer carne solo dos veces en semana equivale a casi 300 kilómetros de emisiones de un coche diésel mediano.
A pie de refugio
Y si de perros y gatos hablamos, los auténticos protagonistas de Wamiz, España es uno de los pocos países de la Unión Europea en la que no existe un directorio real y verosímil de refugios y protectoras.
Sencillamente, porque la mayoría son fruto de la más estricta voluntariedad de quienes las promueven y se ocupan de ellas.
Conocí a Saturno en una de ellas, en un modestísimo refugio de las afueras de Sevilla que algunos años después de mi voluntariado, fue pasto de la especulación urbanística y acabó siendo derribado (por fortuna los animales fueron llevados a otro lugar). Su nombre es Arca de Noé.
Allí apareció un día Saturno, un mestizo rechoncho, paticorto, de color marrón, bigotudo, no muy perspicaz, pero con esa mirada perruna capaz de derretir a un Tyrannosaurus rex. Llovía intensamente y alguien había decidido que aquel era buen momento para atarlo con una cuerda al portón de entrada del refugio.
No supimos cuanto tiempo aguardó allí en total soledad a que alguien le ayudara, quizás un par de horas, puede que toda la noche anterior...
Aterrorizado, babeando y tembloroso, Saturno fue llevado al interior de las instalaciones y, al poco, integrado en una jaula con perros de su tamaño. Había pasado a ser uno más. Y con casi 200 perros que atender, su caso no revertía en principio mayor novedad.
Ellos nos eligen a nosotros
Fueron pasando los días, las semanas y los meses. Y aquel perro, con aquella mirada, no parecía anhelar otra cosa que irse a la casa de quien le tendió la primera mano. Intenté -y puede acusárseme razonablemente de especial empatía y simpatía por él- de haberlo privilegiado en las visitas de adoptantes. Lo buscaba y lo presentaba, anhelando que alguien se quedara prendado de él.
Pero fue imposible, porque Saturno parecía empeñarse en ignorar cualquier caricia ajena, cualquier mano amiga que no fuera la mía.
Él había decidido por mí. Y así fue como consiguió conquistar un sitio imborrable en el corazón de quien junta estas líneas y de todo aquel que lo conoció. No era el perro más bonito del mundo, ni siquiera el más cariñoso. Lo amamos tal y como era, tal y como quiso ser durante los diez años que pudo acompañarnos hasta la despedida.
El voluntariado, una experiencia imborrable
¿Por qué hablar de un caso particular en el Día Mundial del Voluntariado? De aquellos años guardo algunos de los mejores recuerdos de mi vida.
Y todas las personas con las que coincidí afirman todavía hoy exactamente lo mismo. ¿Conoces a algún voluntario arrepentido? ¡Seguro que no!
Si puedes permitírtelo no te quedes en el like, en el compartir una publicación, en el hacerte socio de alguna protectora.
Todo eso palidece con la experiencia de dar un paso al frente y mezclarte con personas que, como tú harás, dedican parte de su tiempo a poner los pies en el fango, a la lucha diaria y directa por un mundo más justo para nuestros compañeros de vida. Si lo hacéis... seguro que al cruzar la puerta vuestros ojos se encontrarán con los de otro Saturno. Y ya nada será lo mismo.