Corrían los años 80, concretamente 1988, cuando un cachorro apareció en el Campo de San Francisco. Allí, en el corazón de Oviedo, el joven perro 'se dio a conocer' debido a una pelea con uno de sus congéneres.
En ese instante, las personas que lo asistieron y protegieron descubrieron que era un perro callejero que vagaba a sus anchas por la capital de Asturias.
Adoptado por la ciudad de Oviedo
Poco o nada se sabe de la vida anterior de Rufo. El cruce de mastín y pastor alemán que enamoró a generaciones de ovetenses -pero también de visitantes- fue adoptado por la ciudad de Oviedo.
A tenor del testimonio de las personas que lo cuidaban y lo conocían, el cachorro (más tarde convertido en perro adulto) no quería vivir en una casa particular, a pesar de que pretendientes no le faltaron. Por ello, los vecinos decidieron cuidarlo como si fuera suyo: agua, comida, caricias diarias, tiempo de juegos... ¡Rufo lo tenía todo!
Por su parte, el ayuntamiento de Oviedo se encargó de desparasitarlo, vacunarlo y bañarlo, entre otros cuidados regulares, para que Rufo creciese (y envejeciese) fuerte y sano.
Un símbolo de la capital
Fueron muchos los años que Rufo vivió como quiso en las calles ovetenses. Y tal era el amor que los ciudadanos le profesaban, que el perro se convirtió en todo un símbolo de la capital de Asturias.
Rufo iba a las fiestas de San Mateo, celebraba victorias varias, asistía a manifestaciones... En definitiva, tomaba partido de la vida diaria de Oviedo.
Un perro de la calle
Rufo pudo presumir de tener miles de solicitudes de adopción y en momentos puntuales de su vida; sus cuidadores intentaron que disfrutase del calor de un hogar. Sin embargo, a la primera de cambio; el perro se escapaba porque quería volver al Campo de San Francisco.
Ante varias espantadas de Rufo, vecinos y técnicos municipales decidieron dejarlo en libertad. Eso sí, se ocupaban de él a diario.
Pero el paso del tiempo hizo que las cosas cambiasen. Rufo se convirtió en un abuelo que necesitaba cuidados específicos y un lugar donde alcanzar el ocaso de su vida de manera cómoda y tranquila. Por ello, lo llevaron a un refugio donde le permitían campar a sus anchas al aire libre y le cuidaban a las mil maravillas.
El 21 de septiembre de 1997 (el día de San Mateo), Rufo falleció a causa de un fallo renal, dejando a miles de personas desoladas.
Tras su fallecimiento, vecinos y diversas asociaciones de protección animal se movilizaron para pedir una estatua en su honor.
Finalmente, en 2015 se inauguró la escultura de Rufo, que se encuentra actualmente en la confluencia de las calles Uría y Doctor Casal.